viernes

"Grita", me ordené quieta. "Grita", me repetí inútilmente con un suspiro de profunda quietud.
La masa blanca se inmovilizó ahora por sobre las capas. Miré el techo, descansando un poco los ojos, que sentía que se habían vuelto profundos y grandes.
Pero si gritase aunque fuese una vez, tal vez nunca mas podría parar. Si gritase, nadie podría hacer ya nada por mi; mientras que si nunca revelase mi carencia, nadie se asustaría conmigo y me ayudarían sin saberlo; pero sólo en tanto no asustase a nadie por haber transgredido las normas. Si lo supieran, se asustarían, nosotros que guardamos el grito en un secreto inviolable. Si diera el grito de alarma por estar viva, me arrastrarán hacia la mudez y la dureza, pues arrastran a los que se salen afuera del mundo.
..._Es que, mano que me sostienes, es que yo, en una experiencia que no deseo nunca más, en una experiencia por la cual me pido perdón a mí misma, estaba saliendo de mi mundo y entrando en el mundo.
Es que yo no estaba viéndome más, solo estaba viendo. Todas una civilización que se había erguido, teniendo como garantía que se mezclase inmediatamente lo visto con lo sentido, toda una civilización que tiene como un fundamento salvarse -pues bien, yo estaba en sus escombros. De esa civilización sólo puede salir quien tiene como función especial el salir: a un científico le es dada la licencia, a un padre se le concede permiso. Peo no a una mujer que ni siquiera tiene las garantías de un título. Y yo huía, con malestar huía.
Si supieses la soledad de esos mis primeros pasos en otra vida. No se parecía a la soledad de una persona. Era como si ya hubiese muerto y diese sola los primeros pasos en otra vida. Y era como si a esa soledad la llamasen gloria, y también yo sabía que era una gloria, y temblaba toda en esa gloria divina primaria que, no sólo no comprendí, sino que rechazaba profundamente.

La pasión según G.H.
Lispector

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